viernes, 13 de abril de 2012


Universidad de Valladolid

Introducción a la historia. (Curso 2010-2011)



Carlos Ángel Fernández Buey

 


La memoria histórica. 



    “Los historiadores que de mentiras se valen habrían de ser quemados,  como los que hacen moneda falsa…; habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados; y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición no les haga torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente y advertencia de lo porvenir.

    La historia es cosa sagrada, porque ha de ser verdadera; y donde está la verdad está Dios, en cuanto á verdad”.

  CERVANTES   



    En palabras de Enrique Gavilán en conferencia-presentación del libro “Memoria de la Transición”, cuando nos referimos a “memoria histórica”, deberíamos hablar quizás de memoria contra el olvido o contra el silencio.

    Lo cierto es que la mal llamada para mí, Guerra Civil, no dejó más que dolor, familias rotas, miseria, una dictadura y heridas abiertas: “El silencio de los cementerios” es una frase que se lanzó en esta conferencia, creo que por parte de Manuel Sierra, coautor del libro.

   La Guerra…!  - Yo no estaba allí; sé lo que me han contado unos y otros. Mis dos abuelos tenían posturas bien diferentes: Uno estaba próximo a Pablo Iglesias, el otro sin ser fascista o de ultraderecha tenía un talante liberal, burgués, (le oía hablar de Pío Cabanillas o Manuel Fraga),  que era el papel que la vida le habían marcado. El uno era un hombre de campo, el otro un hombre culto, con un buen puesto en la administración y que hizo sus pinitos literarios. Los dos vivieron la guerra, aunque no participaron en ella. Si alguna vez, pocas, se hablaba sobre el tema, no había beligerancia entre ellos; al menos esa es mi percepción. Claro que tenían sus recuerdos y sus fantasmas, pero se imponía el respeto que se tenían o la ley del olvido que dictaba el régimen. A mi tía Aventina, según me contó mi madre en secreto, la mataron los fascistas porque era poetisa, bohemia y escribía discursos para los comunistas. Este recuerdo me perturbaba en gran manera, pues no entendía el porqué. Todo era contradictorio: ya en el colegio cantábamos el “cara al sol” y teníamos que gritar lo de “Caídos por una España mejor, ¡Presentes!”. Entre los caídos a los que aludía este grito no estaba mi tía Aventina, cuyo único pecado había sido escribir poesías y discursos para los comunistas por mucho que fueran rojos y que incluso tuvieran cuernos y rabo como Belcebú; tampoco a mi tío Manolo que según me conto mi madre también, fue aviador republicano y también cayó, y nunca mejor dicho. Más contradictorio: éstos eran hermana y cuñado de mi abuelo liberal conservador.

    Mi padre, que cuándo la guerra era un niño pequeño,  tenía apenas el recuerdo de un campo de prisioneros muy cerquita de la finca donde vivían en Palencia. Este campo estaba regentado por italianos, (fascistas claro). Ahora lo sé; mientras mi bisabuelo  maldecía y les llamaba “muertos de hambre”, mi padre en sus correrías de chiquillo a veces se llegaba hasta allí y le daban chocolate. Le llegaron a regalar una pistola inservible, que muchos años después conservaba: Tal vez eso era también “memoria histórica”. Ésta casa donde vivía mi padre estaba en las afueras de la ciudad y pasaban por delante de ella tropas franquistas custodiando a prisioneros camino del tiro en la nuca o el fusilamiento; mi bisabuelo se plantaba allí y les llamaba “hijos de puta”. La respuesta de los esbirros era: “-señor Francisco que nos compromete”. Aún sigo sin entender porqué a él le respetaban y no se lo llevaron por delante en alguna de esas ocasiones. Era republicano y anticlerical: tenía su habitación llena de estampas de santos para acordarse de ellos en sus juramentos. En una ocasión, le dijo con solemnidad a su nieto: Prepárate que vamos a ir a comulgar, y le llevó a una fábrica de galletas propiedad de un amigo suyo. Ahora pienso que por otras cosas que me relató mi padre, había llevado una vida tormentosa, pero a pesar de sus convicciones tendría amigos que lo protegieron.

 Luego estaban los monumentos y placas conmemorativas de mármol en los muros de las iglesias y en las plazas de los pueblos y ciudades; allí había un recuerdo para unos y el olvido para los otros.

    Poco a poco empecé a sospechar cual era la verdad y a tomar partido primero de una forma más bien tibia y luego de un modo más comprometido.

    Lo que cuento sobre mis recuerdos de niño, puede resultar a modo de “fondo intrahistórico” en el sentido Unamuniano, y aunque es un relato muy personal y subjetivo (Heródoto), es mi única experiencia de los hechos, y no es mía; es como he dicho lo que me contaron las personas de mi entorno más próximo. También  viene al hilo de una frase que fue pronunciada en la presentación del libro antes mencionado en el Aula Mergelina: “Un mismo hecho, que parece  una verdad inamovible, no lo es, pues al haber muchas miradas, relativizan esa verdad”.

    De todos modos no creo que se trate de una historia de buenos y malos como en las películas del Oeste Americano. En muchos casos habría un posicionamiento político o ideológico, en otros simplemente era cuestión de dónde te encontrabas cuando estalló la guerra. Luchabas y morías con conocimiento de causa o sin él. También hubo muchos ajustes de cuentas propiciados por el desorden reinante, asesinatos cometidos con total impunidad y que no tienen justificación  alguna por  mucho estado de guerra en el que nos encontráramos. Así, los tan temidos paseíllos, “las purgas”, denuncias anónimas, etc., dejaron muchos muertos, también sin nombre, enterrados, en el bosque, en un barranco o en una cuneta.

    Aunque en los dos bandos se cometieran atrocidades y aún hoy éste argumento se utiliza sobre todo por los que pretenden que se imponga el olvido, está claro al menos para mí que los poderosos y caciques locales y las tropas del bando rebelde, tenían el poder para perpetrar estas matanzas en mucha mayor medida que un campesino o un obrero. 

    Por supuesto que la el episodio de una guerra fratricida no podemos repetirlo, pero se hace necesario hacer justicia a las víctimas. Recordar su sacrificio y reconocer la deuda histórica que tenemos con aquellos que lucharon no solo por sus ideales, sino por defender el gobierno legítimo.









“Ninguna amenaza mayor  que un silencio mudo…, porque es mayor el efecto de la imaginación que el de los sentidos”

SAAVEDRA FAJARDO.