Universidad de Valladolid
Introducción a la historia.
(Curso 2010-2011)
Carlos Ángel Fernández Buey
La
memoria histórica.
“Los historiadores que de mentiras se valen
habrían de ser quemados, como los que
hacen moneda falsa…; habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales,
verdaderos y no nada apasionados; y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni
la afición no les haga torcer el camino de la verdad, cuya madre es la
historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado,
ejemplo y aviso de lo presente y advertencia de lo porvenir.
La historia es cosa sagrada, porque ha de
ser verdadera; y donde está la verdad está Dios, en cuanto á verdad”.
CERVANTES
En palabras de Enrique Gavilán en
conferencia-presentación del libro “Memoria de la Transición”, cuando nos
referimos a “memoria histórica”, deberíamos hablar quizás de memoria contra el
olvido o contra el silencio.
Lo cierto es que la mal llamada para mí,
Guerra Civil, no dejó más que dolor, familias rotas, miseria, una dictadura y
heridas abiertas: “El silencio de los cementerios” es una frase que se lanzó en
esta conferencia, creo que por parte de Manuel Sierra, coautor del libro.
La Guerra…!
- Yo no estaba allí; sé lo que me han contado unos y otros. Mis dos
abuelos tenían posturas bien diferentes: Uno estaba próximo a Pablo Iglesias,
el otro sin ser fascista o de ultraderecha tenía un talante liberal, burgués,
(le oía hablar de Pío Cabanillas o Manuel Fraga), que era el papel que la vida le habían
marcado. El uno era un hombre de campo, el otro un hombre culto, con un buen
puesto en la administración y que hizo sus pinitos literarios. Los dos vivieron
la guerra, aunque no participaron en ella. Si alguna vez, pocas, se hablaba
sobre el tema, no había beligerancia entre ellos; al menos esa es mi
percepción. Claro que tenían sus recuerdos y sus fantasmas, pero se imponía el
respeto que se tenían o la ley del olvido que dictaba el régimen. A mi tía
Aventina, según me contó mi madre en secreto, la mataron los fascistas porque
era poetisa, bohemia y escribía discursos para los comunistas. Este recuerdo me
perturbaba en gran manera, pues no entendía el porqué. Todo era contradictorio:
ya en el colegio cantábamos el “cara al sol” y teníamos que gritar lo de “Caídos
por una España mejor, ¡Presentes!”. Entre los caídos a los que aludía este
grito no estaba mi tía Aventina, cuyo único pecado había sido escribir poesías
y discursos para los comunistas por mucho que fueran rojos y que incluso tuvieran
cuernos y rabo como Belcebú; tampoco a mi tío Manolo que según me conto mi
madre también, fue aviador republicano y también cayó, y nunca mejor dicho. Más
contradictorio: éstos eran hermana y cuñado de mi abuelo liberal conservador.
Mi padre, que cuándo la guerra era un niño
pequeño, tenía apenas el recuerdo de un
campo de prisioneros muy cerquita de la finca donde vivían en Palencia. Este
campo estaba regentado por italianos, (fascistas claro). Ahora lo sé; mientras
mi bisabuelo maldecía y les llamaba
“muertos de hambre”, mi padre en sus correrías de chiquillo a veces se llegaba
hasta allí y le daban chocolate. Le llegaron a regalar una pistola inservible,
que muchos años después conservaba: Tal vez eso era también “memoria
histórica”. Ésta casa donde vivía mi padre estaba en las afueras de la ciudad y
pasaban por delante de ella tropas franquistas custodiando a prisioneros camino
del tiro en la nuca o el fusilamiento; mi bisabuelo se plantaba allí y les
llamaba “hijos de puta”. La respuesta de los esbirros era: “-señor Francisco
que nos compromete”. Aún sigo sin entender porqué a él le respetaban y no se lo
llevaron por delante en alguna de esas ocasiones. Era republicano y anticlerical:
tenía su habitación llena de estampas de santos para acordarse de ellos en sus
juramentos. En una ocasión, le dijo con solemnidad a su nieto: Prepárate que
vamos a ir a comulgar, y le llevó a una fábrica de galletas propiedad de un
amigo suyo. Ahora pienso que por otras cosas que me relató mi padre, había
llevado una vida tormentosa, pero a pesar de sus convicciones tendría amigos
que lo protegieron.
Luego estaban los monumentos y placas
conmemorativas de mármol en los muros de las iglesias y en las plazas de los
pueblos y ciudades; allí había un recuerdo para unos y el olvido para los
otros.
Poco a poco empecé a sospechar cual era la
verdad y a tomar partido primero de una forma más bien tibia y luego de un modo
más comprometido.
Lo que cuento sobre mis recuerdos de niño,
puede resultar a modo de “fondo intrahistórico” en el sentido Unamuniano, y
aunque es un relato muy personal y subjetivo (Heródoto), es mi única
experiencia de los hechos, y no es mía; es como he dicho lo que me contaron las
personas de mi entorno más próximo. También viene al hilo de una frase que fue pronunciada
en la presentación del libro antes mencionado en el Aula Mergelina: “Un mismo
hecho, que parece una verdad inamovible,
no lo es, pues al haber muchas miradas, relativizan esa verdad”.
De todos modos no creo que se trate de una
historia de buenos y malos como en las películas del Oeste Americano. En muchos
casos habría un posicionamiento político o ideológico, en otros simplemente era
cuestión de dónde te encontrabas cuando estalló la guerra. Luchabas y morías
con conocimiento de causa o sin él. También hubo muchos ajustes de cuentas
propiciados por el desorden reinante, asesinatos cometidos con total impunidad
y que no tienen justificación alguna
por mucho estado de guerra en el que nos
encontráramos. Así, los tan temidos paseíllos, “las purgas”, denuncias anónimas,
etc., dejaron muchos muertos, también sin nombre, enterrados, en el bosque, en
un barranco o en una cuneta.
Aunque en los dos bandos se cometieran
atrocidades y aún hoy éste argumento se utiliza sobre todo por los que
pretenden que se imponga el olvido, está claro al menos para mí que los
poderosos y caciques locales y las tropas del bando rebelde, tenían el poder
para perpetrar estas matanzas en mucha mayor medida que un campesino o un
obrero.
Por
supuesto que la el episodio de una guerra fratricida no podemos repetirlo, pero
se hace necesario hacer justicia a las víctimas. Recordar su sacrificio y
reconocer la deuda histórica que tenemos con aquellos que lucharon no solo por
sus ideales, sino por defender el gobierno legítimo.
“Ninguna amenaza mayor que un silencio mudo…, porque es mayor el
efecto de la imaginación que el de los sentidos”
SAAVEDRA FAJARDO.